Los días se cuentan para la llegada de los jóvenes peregrinos. Se mezcla en nuestra mente una sensación de nerviosismo y desconfianza. Con tanta gente «en casa», ¿estaremos a la «altura»?
Los días se cuentan para la llegada de los jóvenes peregrinos. Se mezcla en nuestra mente una sensación de nerviosismo y desconfianza. Con tanta gente «en casa», ¿estaremos a la «altura»? La «altura» que se nos pide no es solo la de organizar los «eventos». Lo que se nos pide es que seamos capaces de tener la misma actitud de María, que parte «apresuradamente» para visitar a Isabel, porque lleva en su seno la «Buena Nueva» de Dios, y de Isabel, que está dispuesta a comprender la «Bienaventuranza» de María, que llega con Jesús en su interior. En otras palabras, se nos invita a ser portadores de Jesús, como María; y se nos llama a acoger a Jesús en tantos rostros e historias que los jóvenes nos traen de todo el mundo. Dejarnos visitar por Jesús y luego llevarlo de vuelta a los cuatro rincones de la Tierra. Esta es la misión más importante que nos motiva a acoger, sonreír y vivir juntos durante estos días. En el testimonio de lo que somos para que se pueda ver, no solo hospitalidad y simpatía, sino también esa «medida elevada de fe, esperanza y caridad» de quienes creen; y, porque creen, son capaces de darlo todo, especialmente de entregarse hasta el límite de sus fuerzas, con alegría, amabilidad y sencillez. «Ahora», lo fundamental es esta experiencia de fe, compartir la buena noticia de Jesús para reforzar «las razones de nuestra esperanza». La de los jóvenes y la nuestra. «Pero aún hay tanto por hacer», «¡Falta tiempo!», «¡Mañana ya llegan todos!». Así es realmente. Pero sería demasiado poco si nos limitáramos al plano operativo y organizativo y olvidáramos lo que trae aquí a tantos jóvenes: la alegría de poder vivir la fe, participar, compartir, ser Iglesia con rostro joven, contando su propia experiencia y recibiendo la experiencia del otro. Y necesitamos que ellos vengan y nos traigan esa fe y esperanza que nos renueva, a quienes estamos y a quienes nos quedamos, para poder decir al final que «solo una cosa es necesaria» (Jesús y su Evangelio) y que «hemos elegido la mejor parte, que no nos será quitada» (su presencia, su vida en nosotros, su Amor sin fin).