Me emocioné al darme cuenta de cómo Don Bosco sigue vivo hoy, cuando somos, de hecho, signos y portadores del amor de Dios a los jóvenes, nuestra zarza ardiente, como dice nuestro Rector Mayor.
Eran días de la juventud de la Iglesia, días eminentemente salesianos. Entre sonrisas, cantos, celebraciones, bailes, oración, catequesis y encuentros, hemos sentido qué Iglesia tan joven somos. Lisboa y nuestras casas se llenaron de color, de movimiento y de gente joven, y estuvo muy bien. No importaba de dónde veníamos, éramos nosotros: este amplio movimiento juvenil salesiano que es referencia en todo el mundo
D. Bosco y sus seguidores. En la glosolalia de los idiomas, aprendimos la riqueza de expresión en la sonrisa, la mirada clara de la verdadera alegría, la paz hecha realidad en tantos gestos, atenciones y amabilidad. Cuánto tenemos que agradecer a Dios por nuestro carisma de espiritualidad sencilla, festiva y profunda; cuánto tenemos que agradecer a los muchos que en todo el mundo quieren mantener vivo el espíritu de Valdocco, el patio de la alegría, la casa que acoge, la vida compartida.
Como salesiano, a menudo me he encontrado contemplando la riqueza de Dios presente en los jóvenes. A menudo me he encontrado deseando que esta epifanía del Señor con rostro joven, donde encontramos sentido y profundidad a nuestra consagración como salesianos, no terminara nunca. Me conmovía darme cuenta de cómo Don Bosco sigue vivo hoy cuando somos, de hecho, signos y portadores del amor de Dios por los jóvenes, nuestra zarza ardiente, como dice nuestro Rector Mayor.
Por eso podemos decir que valió la pena. Lo dimos todo. Recibimos mucho más. La generosidad de todos ayudó a hacer de nuestras casas un hogar para todos estos jóvenes. Y en ese sentido, todavía tenemos que dar las gracias y no dejar de hacerlo nunca. A los que se pusieron en manos de la organización hace mucho tiempo. A los voluntarios. A los jóvenes. Al personal. A las personas de buena voluntad. A los patrocinadores y benefactores. A todos. Con sentimiento de gratitud, pero también del deber bien hecho. Con enorme orgullo: todos formamos parte de algo grande. Yo también, nosotros también, contribuimos a que este día sea recordado por todos los que participaron. No sólo los jóvenes venidos de todo el mundo. Sino todos y cada uno de nosotros. El Señor nos acompañó con la buena noticia de su Evangelio, que aquí hicimos realidad. María Auxiliadora nos acogió con su manto protector. Don Bosco saltó de alegría en nuestros patios, dirigió nuestros pasos en la ciudad, fue el primero en mostrarnos el camino, se hizo peregrino para llevarnos a la Colina de los Encuentros, al Campo de Gracia, a la Ciudad de la Alegría, haciéndonos revivir lo que realmente vale la pena: compartir la vida, darlo todo, para que los jóvenes sean felices aquí y en la eternidad, ampliando su fe, su amor a Jesús y a la Iglesia, ¡siendo jóvenes hoy!
Valió la pena. De verdad. A todos los jóvenes del mundo, os damos las gracias por venir a nosotros y por dejarnos y ayudarnos a ser Salesianos de Don Bosco, hoy, ¡para todos!