Es un «apostolado del oído», que escucha antes de hablar. Y esperar, en la reciprocidad de la escucha, la posibilidad de caminar juntos, de soñar el mismo sueño, de ofrecer alternativas de futuro.
Como en ningún otro momento, hoy vivimos la necesidad, muy humana, de escuchar y ser escuchados. La capacidad profética de los jóvenes, su capacidad de mirar hacia el futuro con esperanza y confianza, nos enseña a valorar hacia dónde quiere ir el otro, viendo las necesidades, los anhelos, las limitaciones, los miedos, las angustias y esperanzas de cada uno. El Papa Francisco nos dice que «el signo de esta escucha es el tiempo que dedico al otro. No se trata de cantidad, sino de que el otro sienta que mi tiempo es suyo: todo el tiempo que necesite para expresarme lo que quiere. Debe sentir que lo escucho incondicionalmente, sin ofenderme, escandalizarme, aburrirme o cansarme» (Christus vivit, 292). Es un «apostolado del oído», que escucha antes de hablar. Y esperar, en la reciprocidad de la escucha, la posibilidad de caminar juntos, de soñar el mismo sueño, de ofrecer alternativas de futuro. Solo aquel que está dispuesto a escuchar tiene la libertad de renunciar a su punto de vista parcial e insuficiente y seguir adelante, dejándose interpelar. Y la verdad es que muchas veces los jóvenes no se sienten escuchados. Sienten que les «llenamos los oídos» en lugar de abrirles el corazón. ¡Pero los jóvenes deben ser tomados en serio! Demasiadas veces son dejados solos. Y si no son escuchados, naturalmente, tampoco quieren escuchar. Si no son tenidos en cuenta, ¿por qué deberían escuchar a quienes se imponen, quienes quieren controlar, quienes prefieren mantenerse «a una distancia segura»? Escuchar el grito joven y sincero requiere atención, salir de la zona de confort y estar presente. En el último Capítulo General de los Salesianos, una de las expresiones más hermosas utilizadas por los jóvenes participantes es que, si bien es cierto que los jóvenes necesitan ser acompañados por los salesianos, también los salesianos necesitan ser acompañados por los jóvenes, en un ejercicio de cercanía, empatía, tiempo compartido, vida en comunidad. Y para este acompañamiento mutuo, la condición básica es «escuchar y ser escuchados». Unos y otros. Adultos y jóvenes: ¡juntos!