En este tiempo que vivimos, hay una buena «prisa en el aire». Existe una parada necesaria y urgente que debe llevarnos a un «stand by», aunque sea momentáneo, para poder avanzar con sentido.
La velocidad de la vida es vertiginosa. Todos estamos apresurados. Corremos en todas direcciones, ocupados en mil cosas, hablando y haciendo. No hay tiempo para nada. No hay tiempo para detenerse, reflexionar, evaluar y tomar el rumbo correcto. Para vivir bien y soñar. Existe el riesgo real de que la prisa de la vida no deje espacio para lo que realmente importa. El silencio, la escucha, la atención, son cosas demasiado difíciles de encontrar en el ruido vertiginoso y paradójico de la cotidianidad. Así se confirma que «la prisa es enemiga de la perfección». Sin duda. Pero hay una buena «prisa en el aire» en este tiempo que vivimos. Hay una parada necesaria y urgente que debe llevarnos a un «stand by», aunque sea momentáneo, para poder avanzar con sentido. Porque hay prisas que mueven. El mayor ejemplo está ahí: María escuchó al Ángel, respondió con un «sí» al proyecto de Dios y, convencida de su misión, partió «apresuradamente». Partió de inmediato cuando se dio cuenta de la necesidad de Isabel. Tenía prisa por ayudar y anunciar a su prima la maravilla de Dios que le estaba sucediendo. La prisa por «cuidar al otro» y «anunciar a Jesús» muestra inconformismo y se convierte en urgencia. Emergen y cambian todo. No nos deja quedarnos estancados. María se dejó interpelar. No se excusó, no se mantuvo indiferente. Pensó más en los demás que en sí misma. Y esto llenó su vida de dinamismo y entusiasmo. Literalmente, la llenó de Dios. Gracias a su reacción, al instante de atención, a la adrenalina de la «buena noticia» (Evangelio) hecha realidad en ella, su prisa se convierte en la prisa de Dios. Las cosas de Dios son urgentes. Tienen prisa. Nos llevan al camino de la cercanía y el encuentro. Hay prisa frente a las necesidades que nos rodean. Hay prisa en el compromiso, en la disponibilidad, en el servicio. En amar. En hacer el bien, el bien hecho. Para alcanzar a quienes lo necesitan. Para ir. Para cambiar. Para construir un mundo diferente. Para soñar el sueño de Dios de una nueva humanidad, en la que todos los jóvenes son constructores. Para todo esto, hay prisa. ¡Todos escucharán vuestra voz, jóvenes! Levantemos los brazos, remanguémonos las mangas, ¡hay prisa en el aire!