Es necesario que la Iglesia se esfuerce por ser, ante todo, lo que es: un reflejo de Jesucristo, vivo y resucitado, siendo espejo (como imagen y experiencia) y signo del amor.
Muchos ven a la Iglesia como algo envejecido, cansado, pasado de moda. Aunque anclada en una historia de más de dos mil años, somos, sin embargo, una comunidad viva donde todos tienen un lugar. Como el título de una película, ¡»La Iglesia no es para los mayores»! Los jóvenes, a menudo, pueden conferir a la Iglesia la belleza de su juventud. Ellos la sacuden, la dinamizan y generan vida. Son como un soplo de aire fresco, novedad y perspectiva, confianza y futuro. Y hay quienes se sienten incómodos con esto. Pero cuando los jóvenes no están, la Iglesia se convierte en un museo, incapaz de «acoger los sueños de los jóvenes» (Christus vivit, 41). Incluso en las situaciones más difíciles, la Iglesia necesita escuchar también la visión e incluso las críticas de los jóvenes (cf. Christus vivit, 39). Para ser creíble a los ojos de los jóvenes, necesita recuperar la humildad y simplemente escuchar; hablar menos y hacer más para reconocer, en lo que los demás dicen, alguna luz que pueda ayudarla a descubrir mejor el Evangelio, la mayor belleza de la humanidad y el sentido de nuestra fe.
Se necesitan experiencias de encuentro, vida compartida. Es necesario acoger los nuevos paisajes que se presentan. Valorar un punto de vista diferente y, posiblemente, radical. Es necesario que la Iglesia se esfuerce por ser, ante todo, lo que es: un reflejo de Jesucristo, vivo y resucitado, siendo espejo de Jesús (como imagen y experiencia) y signo de amor. La búsqueda de la belleza está inserta en la búsqueda de sentido y en el ámbito más profundo de la relación con Jesús. En Jesucristo, todo es amable y hermoso. Su belleza reside en su humanidad perfecta como Hijo de Dios. Él trajo al mismo tiempo la belleza de Dios a la humanidad en la tierra y la belleza de la humanidad creada a imagen de Dios. Cuanto más la Iglesia sea de Jesucristo, más será Iglesia de los jóvenes. Porque en Jesús, los jóvenes encuentran a alguien que pasa por su vida haciendo el bien, sanando, curando, acogiendo, amando, sonriendo, cantando, «haciendo ruido». Y la Iglesia necesita a los jóvenes para ser el rostro vivo de Jesús hoy. De lo contrario, se convertirá en otro museo de aire rancio, amorfo, inerme y sin belleza. Sencillamente, no será.