Bienaventurados los jóvenes pacificadores.
La paz y los jóvenes caminan juntos. En un tiempo en el que la paz es inestable y precaria, «los jóvenes no quieren la guerra, sino la paz. Los jóvenes deben tener alas para soñar con un mundo mejor y protestar contra la guerra» (Papa Francisco en un encuentro organizado por Scholas). Los tiempos que vivimos nos hacen pensar que es necesario un profundo y sólido compromiso con el valor de la paz, su significado y su realidad. Los jóvenes son quienes primero comprenden el valor de la paz entre los pueblos. Superan barreras, construyen puentes, unen esfuerzos por un mundo «casa común». El futuro de la paz y el futuro de la humanidad parecen depender de quienes sueñan y desean un mundo mejor. Para asegurar una posibilidad real de paz y diálogo entre pueblos, civilizaciones y culturas, los jóvenes no tienen dudas: es necesario invertir y comprometerse más en la defensa y promoción de la justicia, el respeto a la dignidad y los derechos humanos en todos los lugares de la tierra. Sin embargo, en cuestiones de guerra, paradójicamente, no son los jóvenes quienes deciden, aunque son ellos quienes avanzan hacia el frente de batalla. El estado de sitio en el que nos encontramos exige más: es demasiado duro y dramático para (seguir) siendo verdad. Limita, causa sufrimiento, corrompe esperanzas y destruye futuros. Por lo tanto, se requiere ofrecer soluciones a problemas antiguos y avanzar hacia una humanidad nueva, comprometida con la felicidad de todos. Ser testigos de la belleza de la concordia, la alegría del encuentro y la audacia de compartir la paz son tareas constantes en el día a día y garantía de ese mundo mejor que buscamos. La guerra se presenta con rostro joven en Ucrania, Afganistán, Yemen, Siria, Etiopía. Exige reconciliación, diálogo, abandono de las armas y firmeza contra la injusticia y la tragedia humanitaria que las guerras provocan. La guerra pide un fin. Los jóvenes exigen el fin de la guerra porque, una vez más, son bienaventurados, son pacificadores y están seguros de que así «serán llamados hijos de Dios» (Mateo 5,9).